Misionera desde hace mucho tiempo en África, la hermana Rosa ha pasado gran parte de su vida en comunidades misioneras del Chad y de la República Centroafricana.


¿Hermana Rosa, cómo empezó su historia misionera?

«Entré en las Hermanas de la Caridad en 1967. Hice el postulantado y el noviciado en Brescia y luego el juniorado en varios hospitales. Luego asistí a la escuela de enfermería y di clases en la guardería.

Después de mis votos perpetuos, la Congregación se había abierto entretanto a las misiones, por lo que solicité estar disponible para algún proyecto misionero. Al cabo de unos años, recibí una respuesta positiva. Tras formarme como comadrona, partí por primera vez al Chad en 1979.

En aquella época, Chad estaba en una situación muy difícil porque había guerra. Pasé mis primeros 14 años como misionera en el hospital de Goundi, un centro privado de los jesuitas, que se estaba creando en aquella época.

Tras 14 años en Goundi, me trasladaron a la República Centroafricana, donde pasé seis años. Fueron años más duros y difíciles porque recaía sobre mí una gran responsabilidad.

Tras 7 años en la República Centroafricana, volví a Chad. Aquí pasé 6 años en dos dispensarios suburbanos, y luego me trasladé a Yamena, la capital, donde estaban abriendo un nuevo hospital universitario.

La razón principal de mi traslado fue el deseo del hospital de abrir la maternidad y hacer prevención del sida, tanto para la mujer como para el niño. Siempre digo que durante esos años estuve al servicio de la vida, porque ser matrona es tener la vida en tus manos todos los días.

Viví momentos difíciles, porque había guerra, había hambre, vimos morir a mucha gente. Sin embargo, también he vivido momentos hermosos y he tenido muchas personas que me han ayudado, tanto profesional como espiritualmente».

¿Cómo reconoció y vivió el carisma dentro de su vida misionera?

«El primer servicio que debemos hacer siempre es el testimonio de vida, para luego poder ayudar a la gente, sobre todo a través de la formación. Cuando llegué, había muy poco personal sanitario formado, así que la labor importante de la caridad, como enseña Santa Juana Antida a sus hijas, es enseñar y ayudar a la gente a ser autosuficiente y enseñarles a tener alguna experiencia hospitalaria, para evitar la mortalidad en la medida de lo posible. Yo, por ejemplo, también di clases de enfermería durante un breve periodo de tiempo».

¿Puede hablarnos de una experiencia de misión que lleve en el corazón?

«Cuando trabajaba en la maternidad de Bocaranga (República Centroafricana), una mañana conocí a una señora. Me dijo: -He venido a abortar-. Y yo le respondí: -En esta maternidad hay un hogar para la vida- y a partir de aquí comenzó un diálogo de ayuda con ella. Cuando se fue, yo estaba convencida de que había ido a abortar a otro sitio.

Para mi sorpresa, el día de Pascua volvió con un niño en brazos y me dijo: -¿Te acuerdas de mí?- No me acordaba. -Soy aquella señora que le había pedido que abortara, y aquí está mi bebé-. Entonces le dije: -Como estamos en Semana Santa la llamarás Pasqualina-. Y ella aceptó».

Para este Día de las Misiones, ¿puede darnos algunos consejos sobre cómo ser misioneros en la vida cotidiana?

«Todos somos misioneros, no es necesario salir. Cada uno es misionero donde está. El testimonio del misionero debe ser un testimonio de oración, porque sin oración y sin sacramentos no se puede estar de pie.

Otro punto fundamental es la vida fraterna, que es un apoyo muy positivo.

Por último, el servicio: cuando hay una llamada, hay que dejarlo todo para ir a servir. Aprendí esta disponibilidad sobre todo de nuestra fundadora, que llevaba la llama de la caridad. Debemos mantener esta llama encendida con nuestro trabajo diario y nuestro humilde servicio».

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