Los principales partidos proeuropeos obtuvieron la mayoría, a pesar de que los votantes se inclinaron hacia posiciones euroescépticas. Aunque la mayoría proeuropea es ahora más estrecha, los partidos que la componen deben seguir trabajando juntos para hacer frente a los retos que la Unión Europea deberá afrontar durante su próxima décima legislatura.
Recogemos aquí un profundo análisis del padre Giuseppe Riggio, jesuita director de la revista Aggiornamenti Sociali, una publicación mensual que ofrece criterios y herramientas para abordar los temas más debatidos en la actualidad y participar conscientemente en la vida social
«A principios de la década de 2000 se alcanzaron objetivos largamente esperados (la adopción del euro y la ampliación a los países de Europa central y oriental) y se registraron importantes retrocesos (la conclusión negativa del proceso de adopción de una Constitución europea). Tras estos acontecimientos, la Unión entró en un estancamiento de facto tanto en lo que respecta a los acuerdos institucionales como a la viabilidad política. Hoy, la mayoría de las fuerzas políticas coinciden en la urgencia de un cambio para la UE, pero ¿en qué dirección?
Tras el Brexit, las perspectivas de una salida de la UE ya no son evocadas por los partidos euroescépticos y las fuerzas soberanistas, que ahora afirman querer «menos Europa», es decir, quieren centrarse en el mercado interior y abandonar otros ámbitos de acción conjunta. El sueño de lograr una federación europea siempre está presente como horizonte ideal, pero su realización está muy lejos. Otra alternativa es mantener el statu quo, dada la oposición a una revisión de los Tratados, permitiendo a los Estados que lo deseen realizar formas de cooperación reforzada (la llamada Europa a varias velocidades).
Un alma para el proyecto europeo
En su discurso del 3 de julio de 2019, con motivo de su toma de posesión como Presidente del Parlamento Europeo, David Sassoli afirmó con rotundidad que «no somos un accidente de la Historia, sino los hijos y nietos de quienes supieron encontrar el antídoto contra la degeneración nacionalista que ha envenenado nuestra historia». El antídoto al que se refiere es el proceso que condujo al nacimiento de la primera institución europea, la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, fundada sobre una «solidaridad de facto» entre los países europeos, de modo que «cualquier guerra entre Francia y Alemania sería no sólo impensable, sino materialmente imposible», como declaró Robert Schuman en su famoso discurso del 9 de mayo de 1950.
Fue una elección convencida, una ruptura valiente con la lógica política establecida, que no contemplaba la solidaridad entre los vencedores y los vencidos de una guerra. Recordamos aquellos acontecimientos porque estamos convencidos de que la fuerza profética de aquella innovación en la forma de concebir la política no se ha agotado. Incluso en los cambios de época que se recuerdan y en los retos que se plantean a la UE, hay ganadores y perdedores: Estados miembros que se benefician más a costa de otros; grupos sociales dentro de un país que se ven más afectados que otros.
Si nos fijamos en la historia de la andadura europea, las decisiones tomadas no siempre se han basado en la solidaridad. Es el caso de la migración: durante años se han promulgado políticas para dificultar la entrada de migrantes en la «Fortaleza Europa», pero el hecho de que sigamos hablando de crisis y emergencias migratorias pone de manifiesto su ineficacia e insuficiencia. Muy distintos han sido los logros cuando la solidaridad ha sido el criterio rector, como en el caso de la gestión de pandemias. Aunque con algunas sombras, hay que reconocer la importancia del paso de la descoordinación inicial, cuando los Estados europeos actuaban como free-riders en competencia unos con otros, a la opción de la coordinación a nivel europeo, con un enfoque prioritario en la protección de los ciudadanos más frágiles. No menos revolucionario fue el lanzamiento de NextGenerationUE, que rompió el tabú del endeudamiento común para apoyar a las economías probadas por las consecuencias de la pandemia y del que Italia es uno de los principales beneficiarios, a pesar de la propaganda que retrata una Europa hostil a nuestro país.
Aún hoy, la solidaridad entre Estados y entre pueblos es una vía posible. Es la referencia insustituible para dar alma a un proyecto como el europeo, que «no puede ni debe seguir siendo una empresa económica y técnica» (Schuman R.). Es la fuerza que resiste a una cultura basada en el individualismo, que lleva a las personas a centrarse en sus propias necesidades y a levantar muros. Es el cambio de perspectiva que ayuda a superar los miedos y las desconfianzas que nos frenan. Por eso votamos en las próximas elecciones europeas: para que la solidaridad entre los pueblos con vistas a la paz y al desarrollo humano siga siendo el motor del sueño europeo, para que en el próximo Parlamento Europeo haya fuerzas políticas y representantes electos que se reconozcan en esta visión de la sociedad”.
Padre Giuseppe RIGGIO SJ, Aggiornamenti Sociali, junio-julio de 2024