“UNA PROMESA”
09 de junio de 1965
El Capítulo General concluyó. El Papa Pablo VI dijo entre otras cosas a la Superiora General, Madre María Cándida
«¡Sean fieles a su espíritu que es el espíritu de Jesucristo! El mundo cambia, pero el espíritu de Jesús permanece siempre… ¿Ustedes viven en el Aventino, verdad? ¡Iré a visitarlas! »
Miércoles 10 de agosto de 1966 – Audiencia General en Castel Gandolfo:
«Aquí están las Hermanas de la Caridad, que tienen su casa en el Aventino… Las conocemos muy bien e iremos a visitarlas…»
19 de octubre de 1966
A la Madre General en la audiencia con los Superiores Provinciales:
«Están en el camino de la renovación. Sabemos todo lo que hacen por los pobres… iremos a visitarlas… »
Miércoles 18 de enero de 1967 – Audiencia General en San Pedro:
«Están las Maestras de Novicias de las Hermanas de la Caridad… Iremos cuanto antes y les haremos una visita…»
7 de febrero de 1967 – 16:30: Anuncio oficial: El Santo Padre vendrá mañana
08 de febrero de 1967, Miércoles de Ceniza, a las 18:
Llegada del Papa Pablo VI a la Casa general
Recibido por la Superiora General Madre María Cándida Torchio con Consejo General y con la Superiora Provincial Hermana Anunciata Robbiani, el Papa se dirigió al interior de la iglesia dedicada a San Vicente de Paúl, donde se encontraban más de trescientas Hermanas de la Casa General y muchas otras comunidades de Roma, además de las novicias y postulantes.
Después del canto del Tu eres Pedro, interpretado por el coro de las hermanas y una breve adoración del Santísimo Sacramento, el Santo Padre se dirigió a las hermanas con algunas exhortaciones:
DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
a las Hermanas de la Caridad
Este es el texto del discurso que el Santo Padre dirigió a las Hermanas de la Caridad, así como fue posible recogerlo de viva voz de Su Santidad.
Queridas hijas en Cristo,
Nosotros no recordamos de haber entrado en esta casa. Estábamos en Roma, incluso antes de su construcción (el Santo Padre alude a la construcción de la Casa Provincial) En ese tiempo vivíamos no lejos de aquí, en Via Terme Deciane, y veíamos los edificios. No sabíamos a qué comunidad estaba destinado. Luego supimos. Pero creemos no haber cruzado nunca el umbral de esta casa general.
Esto no quiere decir que sean desconocidas. En primer lugar, ¿cuántas veces, a nuestro paso, las vimos allí fuera, ¿no es así? con toda su bondad y con saludos invitándonos y como queriéndonos decir: «¿Por qué no se detienen aquí con nosotros? ». Entendimos muy bien su anhelo, y en nuestros corazones decíamos: «¡Sí, alguna vez iremos a saludar a las Hermanas de la Caridad! ».
Y luego tenemos otros recuerdos, otra obra, aquella cerca de Brescia, la casa provincial, donde, de chico, pasábamos en bicicleta, y nos preguntábamos, mirándola: «¿Qué será esta nueva casa?” Era la casa, de las Hermanas de la Caridad que surgía en aquella colina cerca de la ciudad.
Pero sobre todo aprendimos a conocerlas durante los años de nuestro ministerio pastoral en Milán. ¡Cuántas veces me encontré con sus hermanas, hijas de esta familia religiosa en nuestras parroquias! … No podíamos ir a una visita pastoral sin ver sus hermosas alas a las que ahora renunciaron, pero sin renunciar al espíritu que ellas alimentaban y custodiaban.
E incluso entonces comprendimos cuál era el espíritu de su institución, cuál el servicio que realmente ennoblece al programa establecido, que es el de caridad, al servicio de los pobres, la imitación de Cristo, y así sucesivamente.
Hoy y aquí rendimos un sincero y real testimonio, además estamos contentos que se nos ofrezca la oportunidad, queridas hijas, para decirles gracias.
Gracias no sólo en nuestro nombre, y sería ya un deber cumplido, sino gracias en nombre de Cristo, de aquel Señor que tenemos la suerte casi abrumadora, pero también exaltante, de representar en la tierra. En el nombre del Señor, a ustedes hijas de Santa Juana Antida Thouret, les decimos gracias por el testimonio que dan del Evangelio; gracias por el ejemplo de vida religiosa que dan; gracias por el servicio que hacen, con paciencia y sin término ni medida, servicio que hacen a los pobres, a los jóvenes, a los niños, a los enfermos, a los que nadie quiere cuidar; por toda esta bondad, por todo ese espíritu de sacrificio, por toda esta dedicación a la caridad, nosotros en el nombre del Señor, decimos: ¡gracias!
Y diremos también en este brevísimo encuentro, una brevísima palabra, tan breve que casi ni se puede considerar; sin embargo, tiene su importancia, ya que pone al lado de un nombre, a otro elemento del discurso para reforzarlo. ¿Cuál es esta palabra? Es la palabra más. ¿Eso es todo? Más. He aquí el discurso del Papa a las Hermanas de la Caridad.
Él les dice: queridas hijas, deben tener hoy más consciencia de su vocación. ¿Por qué? ¡Por qué hoy es más difícil! A un valor más, existe también lo negativo, es necesario un más positivo.
En otro tiempo la vida religiosa tenía, sí, sus dificultades y presentaba sus sacrificios; pero estaba acompañada, digamos, por dos filas de beneplácitos: el de las de amistades y el de las familias…:
… Hoy, para vivir la vida religiosa, se necesita más fuerza y más convicción, se debe ser más consciente, es necesario tener un heroísmo mayor. La palabra más brota. Y aquí, he venido a traerles, esta palabra más, antes que nada para consolarlas, para que sepan estar más felices con su elección. ¿Han hecho su elección y quién sabe cuánto temor, cuántas dudas, cuántos impulsos, cuántas lágrimas quizás fueron necesarias para llegar a esto, pero, ¡si el Señor lo permite! …
Y yo vengo a decirles: ¡Sean felices, sean más felices! ¿Por qué? ¡Porque han elegido bien! … Hoy para ser buenas religiosas es necesario tener, diría casi, esta autonomía que alimenta la vocación, e induce a no apoyarse solamente a derecha o a izquierda, sobre la comunidad, en la maestra de novicias, en el reglamento o en otra cosa. ¡Pero no! ¡Es porque amo más al Señor! Porque lo tengo en el corazón y quiero amarlo más: ¡por esto ofrezco en holocausto al Señor mi vida y el sacrificio de todo mi ser!
Aquí el más, en la conciencia de su vocación. Pero no es suficiente, porque esta palabrita más también se puede aplicar a otras manifestaciones de la vida religiosa es decir a sus servicios, a la explicación de su vocación en la caridad… ¿Es más fácil hoy o era más fácil ayer, estar en los hospitales hoy con las administraciones laicas que hay y con todas las dificultades? Hoy también aquí es difícil… Tenemos alrededor una red, digamos, de atractivos para no decir tentaciones, y permanecer fieles, y seguir siendo perfectas, cuanto mayor sea el esfuerzo, cuánto más!
Hoy en día es necesario cualificar estas Hermanas. Es necesario que sean buenas enfermeras, no alcanzan buenas Hermanas. Para ir con los niños se necesita el título, para ir a los hospitales es necesario el certificado, y así sucesivamente, es decir tenemos que ser más valerosas que ayer y también esto les deseamos. ¡No tengan miedo! ¡No tengan miedo! Afronten gustosas los esfuerzos, los sacrificios, las prácticas que esta mejor preparación requiere de ustedes.
Pueden verse tentadas en decir: «¡Hoy nadie nos quiere!”¿No las quiere nadie? ¡Pero sin embargo las quieren todos! Por qué siempre hablan mal de las Hermanas, y le escriben al Obispo: «¿No tendrá algunas Hermanas para enviarnos?”Y esto es debido a que su servicio es necesario.
Podrá parecer que la transformación de la sociedad requiere la presencia de ustedes ya no como la de hoy en las clínicas, en los hospitales, sino que exija que estén más insertas en las comunidades cristianas…
… Siempre recuerdo la feliz y conmovedora impresión que nos hizo en nuestro viaje a África, en el 62, cuando, visitando diferentes misiones en el sur de África meridional, ¿Qué veíamos en todas las ceremonias? ¡Veíamos las hermanas… en primera fila! ¿Por qué? Porque son las representantes del pueblo de Dios, del pueblo cristiano que respondió a la llamada del Señor…
Estas son formas exteriores. Pero queremos decirles que ustedes serán llamadas, nosotros esperamos cada vez más, que estén en el corazón de las comunidades parroquiales, escolares, en las asociaciones… sean verdaderamente religiosas, aún cuando estén en medio de la gente;… Sirvan al nivel que la Iglesia le da, la comunidad, los fieles, el pueblo de Dios y busquen con el ejemplo, con la palabra, y con el servicio, con su sacrificio, santificarlo y conducirlo a Cristo.
Y este es un aspecto que nos hace terminar estas breves palabras aún con un más: es decir, estén más insertas en la Iglesia. Antes no se si era así, las hermanas tenían sus oraciones. Pero ¿por qué no las de la Iglesia? Ni siquiera sabían lo que era la liturgia. ¿Por qué no estar más instruidas también en este arte, en este estilo de oración auténtica, solemne, hermosa y comunitaria de la Iglesia? Deberán perfeccionarse, crecer y ser más Iglesia, no Iglesia separada, sino Iglesia total, global a la que el Bautismo y su vocación las llama.
Y ahora, queridas hijas, mientras las saludo, aún les agradezco, las bendigo y les pido:
¡Amen la Iglesia! ¡Recen por Ella! ¡Sufran por Ella!
Sepan que, eso sí, después del Concilio, en una gran época de vitalidad todo se mueve; ¡pero hay tanta necesidad! ¡Hay multitudes que se tienen que convertir! ¿Qué es la Iglesia en el mundo, en proporción a todos los habitantes de la tierra? E incluso en las sociedades llamadas cristianas, ¿qué es la verdadera vida cristiana respeto a la civil, y a la profana? Es cierto la Iglesia se encuentra delante de inmensos deberes, de inmensas necesidades, de enormes obstáculos y, a veces, incluso delante de inmensos dolores que nacen de sus propios hijos, que deberían consolarla y sostenerla.
Sean ustedes hijitas quienes consuelen a la Iglesia con su amor, con su perfección, con su dedicación, y con otro más…. Deseo que ustedes puedan responder amplia y generosamente al Señor, no se vuelvan tristes, ni escrupulosas, ni tímidas delante del camino grande que el Señor les abre: sean más felices, más llenas de alegría, con la seguridad de que han elegido bien y que siendo valientes, valientes religiosas, y ¡vayan al encuentro del Esposo Jesucristo!
Al final de la exhortación el Santo Padre impartió a la comunidad la Bendición Apostólica. Se detuvo para recibir el homenaje de la Superiora General y de las otras Superioras Mayores que entregaron al Santo Padre una ofrenda para sus obras de caridad y también un regalo.
Un saludo del Sumo Pontífice también a los capellanes de la Casa, Padre Nicolás y Padre Andrés, ambos de la Abadía benedictina de San Anselmo.
Antes de partir, el último gesto de su paternal bondad. El Santo Padre, se acercó respetuosamente a los trabajadores que repetidamente y tímidamente observaban desde lejos, semi- escondidos entre los arbustos…
Entre ellos había también un niño…
– ¿Dónde estabas la tarde en que vino el Papa?
– En los brazos de tu papá.
– ¿Y después?
– ¡En los brazos del Papa!
FOTOS
- La llegada del Papa: Foto 1
- En la Iglesia: foto 2-3-4-5
- En la «Consolata»: foto 6-7-8-9-10
- Madre María Cándida Torchio, Superiora General
- Hna. María Kostka Petit, asistente general
- Hermana Anunciata Robiani, superiora provincial de Roma
- Hna. María Luisa Memma, consejera general
- Hna. Ángela María Tufano, asistente provincial de Roma
- Hermana Juana Giordana, consejera general (rodillas)
- Hna. Antonieta Tabasso, superiora de la comunidad del Hospital Santo Spirito de Roma
- Hermana Imelda Giacomazzi, ecónoma general
- Hna. Lucía Marinozzi, superiora local casa general (rodillas)
- Hna. Juana Francisca Giri, secretaria casa provincial Roma
- Hermana María Clara Rogati, secretaria casa general
- Hna. Juana Rosa d’Agostino, asistente provincial de Nápoles
- De rodillas: Mons. Poletti, director de la revista «Nuestra estrella”