La experiencia de Elena: compartir el sentido de la vida a través de la red que sostiene el Banco de la Solidaridad, en San Donato Milanese, una ciudad de más de 30.000 habitantes en la periferia suroeste de Milán, donde hay una comunidad de Hermanas de la Caridad.

«De vez en cuando de la Jornada Mundial de los Pobres proclamada por el Papa Francisco para el 17 de noviembre, me gustaría contar una pequeña experiencia de solidaridad que vivo en la zona donde vivo.

Hay ancianos, familias, jóvenes que desgraciadamente no pueden satisfacer necesidades básicas, como la alimentación.

Cuando se tiene una necesidad, es bonito compartirla con alguien; precisamente de ahí nació la Asociación de Bancos Solidarios a nivel nacional, que desde hace algunos años, también en San Donato Milanese, intenta dar una respuesta concreta a las situaciones de pobreza.

Algunas personas pertenecientes al movimiento Comunión y Liberación se han tomado a pecho estas situaciones: cada mes nos reunimos y, tras un momento de oración y reflexión, preparamos lo que llamamos «paquetes» que contienen productos de primera necesidad y más. La distribución se hace de dos en dos para que juntos nos apoyemos mutuamente.

Compartir con ellos esta necesidad nos permite también compartir el sentido de la vida, poniéndonos al lado de los que sufren, acogiendo en nuestro corazón sus dificultades, pero también las nuestras. Tomamos en serio a la persona que encontramos por todo el valor que tiene: esto es posible porque primero fuimos mirados con amor por un Otro. La compañía que aportamos y recibimos es capaz de soportar otras dificultades como la salud, el hogar, el trabajo, la soledad; a lo largo de los años ha habido familias que, a pesar de no necesitar ya alimentos, nos pedían que siguiéramos viéndonos y haciéndonos compañía. Una familia me pidió que fuera madrina de su hijo recién nacido, y ahí me quedó claro que la vida de ese niño, que ahora es varón, está en manos de Otro que quiso que yo fuera instrumento de su gloria en mi miseria. Percibo un abismo entre lo que me gustaría hacer por ellos y lo que soy capaz de hacer, y esto deja espacio al Misterio.

Tenemos que seguir un método y una forma precisos de ayudar y asistir. Antes de preparar los paquetes, buscamos productos y esto se hace organizando colectas tanto en supermercados como en escuelas.

En particular, aquí en San Donato, por lo que respecta a las escuelas, nos ponemos en contacto con profesores y directores, así como con la escuela en la que enseño, el Istituto Comprensivo di Via Libertà.

Nos ponemos de acuerdo sobre el día del mes en que hacemos la colecta llamada «Hormiga Amiga”; contamos la historia de la Asociación, nos reunimos con las clases que lo desean, y el día elegido recogemos los artículos de primera necesidad que luego serán recogidos y llevados al almacén desde donde se inicia la distribución.

He relatado brevemente este pequeño gesto de caridad que perdura en el tiempo porque no es un acto de generosidad sino que tiene en su origen una buena mirada hacia mí, una plenitud que vivo y deseo llevar a los demás de la que recibo mucho porque me hace amar más lo que vivo en el día a día.

No parte de una carencia sino de una plenitud y esto lo cambia todo porque lo vivo con gratitud a pesar y dentro de la fatiga que conlleva. Me atrevo a decir que esta caridad pasa precisamente por este pequeño esfuerzo que cambia mi visión de la realidad sin que me dé cuenta: es un gesto profundamente educativo, por lo tanto interesante y conmovedor.

Elena Z., 15 de noviembre de 2024