La historia de la Piccola Casa del Rifugio comenzó allá por 1871, cuando Carlo Lurani Cernuschi y su esposa Elisa del Carretto, movidos por un profundo sentido de la solidaridad, decidieron fundar un instituto para acoger a quienes nadie más estaba dispuesto a ayudar: los pobres, los enfermos crónicos y los excluidos de otras instituciones benéficas.
En un gesto de extraordinaria generosidad, los fundadores quisieron crear un hospicio benéfico abierto a quienes, incapacitados para el trabajo, no podían procurarse su propia subsistencia.
Para realizar este ambicioso proyecto, los Lurani optaron por encomendarse en 1874 a la Congregación de las Hermanas de la Caridad de Santa Juana Antida Thouret, que desde entonces ofrecen asistencia física y espiritual a los huéspedes del Refugio. Aún hoy, la misma congregación de Hermanas de la Caridad continúa su misión con dedicación y amor.
El reconocimiento oficial llegó el 13 de octubre de 1885, cuando Umberto I, mediante real decreto, declaró a la Piccola Casa del Rifugio Organismo Moral, incluyéndola entre los Institutos de Asistencia Pública y Caridad, aunque preservando su carácter privado.
En 1960, el instituto se trasladó a su ubicación actual en Via Giacomo Antonini, en un moderno edificio rodeado de vegetación, diseñado para garantizar a sus huéspedes un ambiente cómodo y acogedor.
En la actualidad, la familia Lurani Cernuschi sigue dirigiendo la Piccola Casa del Rifugio con la misma pasión y dedicación que sus fundadores, colaborando estrechamente con las instituciones públicas y la comunidad local, y manteniéndose fiel a los principios cristianos que inspiraron su nacimiento.
Discurso el día de la ceremonia del 150 aniversario
Hoy, nuestra comunidad, tanto laica como religiosa, celebra 150 años de estrecha cooperación por el bien común, de trabajo al servicio de las personas más frágiles, ya sean ancianos o discapacitados.
150 años son mucho tiempo. Trascienden la vida de las personas e incluyen a varias generaciones sucesivas, acompañadas de principios y valores sencillos pero duraderos, como el respeto mutuo, la educación, la solidaridad, el afecto.
La comunidad religiosa, aunque reducida en el tiempo, ha ayudado a los laicos a estar más cerca de las personas y de los asuntos del alma, a soportar el sufrimiento, en la enfermedad y en el deterioro físico y mental. Ha ayudado a socorrer, ha dado apoyo a huéspedes y familiares, a todos los implicados; ha señalado, enseñado y profesado los principios cristianos de convivencia.
La comunidad laica deseaba, no sólo por imperativos estatutarios, que los religiosos pudieran integrarse en la comunidad laica como compañeros de trabajo que comparten los mismos principios de convivencia.
Todo ello, hay que decirlo, ha dado un resultado excelente del que todos podemos estar orgullosos: una fábrica acogedora, por decirlo en términos modernos, eficaz, eficiente y duradera.
Gracias a nuestras Hermanas y a todos los huéspedes, operadores, voluntarios familiares y sacerdotes que permiten cada día esta preciosa colaboración.
Chiara de la Dirección General, noviembre de 2024
Foto de: https://www.piccolacasadelrifugio.it/