El 1 de enero se celebra la Jornada Mundial de Oración por la Paz, instituida por la ONU y acompañada por el Papa, que desde hace 56 años emite un mensaje invitando a rezar por la paz.

Este año, el mensaje se centra en el tema de la pandemia, con el título «‘Nadie puede salvarse solo’. Volver a partir de Covid-19 para trazar juntos los caminos de la paz».

El Papa afirma que el Covid ha desestabilizado nuestra vida cotidiana, cambiando nuestros planes y hábitos, generando desorientación y sufrimiento, sobre todo por las numerosas muertes, pero también añade que la enfermedad nos ha enseñado la importancia de la fraternidad humana: nadie, de hecho, puede salvarse solo.

En un texto de poco más de dos páginas, fechado el 8 de diciembre, el Papa comenzó evaluando las consecuencias para la salud pública del virus SARS-CoV-2, que paraliza el planeta desde hace tres años.

El Papa menciona específicamente a los «millones de trabajadores ilegales» que se han quedado sin trabajo y sin apoyo durante el cierre patronal. También menciona el resentimiento de muchas personas y familias que se han enfrentado a «largos periodos de aislamiento y diversas restricciones de su libertad».

Sin embargo, según el Papa, la crisis sanitaria mundial también ha traído consigo descubrimientos positivos como la vuelta a la humildad, la reducción del consumismo y un renovado sentido de la solidaridad. De hecho, «la lección más grande» que deja el cóvido «es la constatación de que todos nos necesitamos, de que nuestro mayor tesoro, y al mismo tiempo (también) el más frágil, es la fraternidad humana», subrayó el Papa Francisco en su mensaje.

Pero al observar la situación geopolítica actual, uno casi tiene la impresión de que la importancia de sentirse «juntos» para pensar en el «nosotros», redescubierta gracias a la pandemia, se ha visto eclipsada por la nueva realidad de la guerra, que, aunque localizada en una zona concreta, tiene sin embargo el poder de influir fuertemente en toda la humanidad. Un nuevo virus, el de la guerra, oprime a la humanidad: esta vez, sin embargo, la vacuna será muy difícil de encontrar.

Entonces, ¿qué se nos pide que hagamos? En primer lugar, dejar que nuestros corazones sean transformados por la emergencia que hemos vivido, es decir, permitir que Dios transforme nuestros criterios habituales de interpretación del mundo y de la realidad a través de este momento histórico. Ya no podemos pensar sólo en preservar el espacio de nuestros intereses personales o nacionales, sino que debemos pensar en nosotros mismos a la luz del bien común, con sentido comunitario, es decir, como un «nosotros» abierto a la fraternidad universal. No podemos perseguir únicamente la protección de nosotros mismos, sino que es hora de que todos nos comprometamos en la curación de nuestra sociedad y nuestro planeta, creando las bases de un mundo más justo y pacífico, seriamente comprometido con la búsqueda de un bien verdaderamente común.

Este es mi deseo para el nuevo año 2023, que sea un año de paz.

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