En esta ocasión, queremos aprender de Enrichetta algunos «secretos» espirituales que descubrió e interiorizó durante la grave enfermedad que la asoló, todavía al comienzo de su vida religiosa.

María Alfieri es educada sabiamente por sus padres profundamente cristianos. Transcurre la infancia frecuentando la escuela primaria mientras durante su adolescencia alterna los trabajos domésticos y los del campo. Como era frecuente en ese tiempo, se especializó en el arte del bordado. Su carácter se fue formando dulce y fuerte al mismo tiempo.

La vocación religiosa se manifestó hacia los 17 años, pero sus padres la aconsejaron esperar. Los años de la espera refuerzan en ella la decisión de donarse toda a Dios. El 20 de diciembre de 1911, con veinte años, entra como postulante en la Congregación de las Hermanas de la Caridad en el Monasterio “Santa Margarita”, Vercelli, Familia religiosa en la que ya había dos tías y una prima.

Los Superiores perciben en la Hna. Enriqueta una inclinación por lo educativo: el 12 de julio de 1917 consigue el Diploma para la enseñanza primaria. Es enviada como educadora al Jardín de Infantes “Mora” en Vercelli. De improvisto después de pocos meses, está obligada a abandonar la escuela por motivos de salud.

Es trasladada a la Casa Provincial de Vercelli, la gravedad de la enfermedad no fue detectada rápidamente. En abril de 1920, en Milán, es sometida a numerosas terapias, sin resultados positivos. Se le diagnostica una grave enfermedad, degenerativa. Llevada a la enfermería de la Casa Provincial de Vercelli, sus condiciones continúan agravándose, inmovilizándola en la cama, con grandes dolores por tres largos años.

En su diario anota:

“Si por la vocación somos puestas en el Calvario, por la enfermedad estamos en la Cruz con Jesús. La cama se debe considerar como un altar de sacrificio en el que debemos inmolarnos como hostias pacíficas y víctimas de amor. Por ello es necesario sufrir santamente, aprovechando en el espíritu y en la virtud. Sufrir no basta; es necesario sufrir bien y para sufrir bien hay que sufrir con dignidad, con amor, con dulzura y con fortaleza”.

Declarada su enfermedad incurable. La Hna. Enriqueta va en peregrinación a Lourdes “con la esperanza – escribe la superiora Provincial que la joven Hermana, verdadero ángel de bondad pueda obtener de la Virgen Santísima la curación o el consuelo…”. Regresa sin haber obtenido la curación, pero ella se siente igualmente agraciada en el espíritu, porque, se siente más fuerte en la aceptación de su sacrificio de inmolarse cada día.

En este período de sufrimiento, se delinean los trazos característicos de su espiritualidad: participación en la Pasión de Cristo por medio de la Cruz; fidelidad en el Amor; sereno abandono a la Voluntad de Dios, manifestado constantemente por su sonrisa y por la simplicidad con la que vive la experiencia del Calvario: “La verdadera Religiosa, delante de la Cruz o penetrada por la espada responde siempre con una sonrisa…”, así escribe en sus apuntes.

En enero de 1923, el médico que revisa a la Hna. Enriqueta la declara al final de su vida. El 25 de febrero, día de la IX Aparición de Nuestra Señora de Lourdes, a las 8.00 horas mientras la Comunidad participaba de la Santa Misa dominical la Hna. Enriqueta, víctima de incontables dolores y sufrimientos, bebe un sorbo del agua de Lourdes con un grandísimo esfuerzo. Después de un breve desmayo, siente una voz que le dice: “¡Levántate!”. Rápidamente se levanta, libre de dolores y de la parálisis. Ella misma escribe: “…la buena y Celeste Mamá mi hizo resurgir de la muerte a la vida… Sentimientos: reconocimiento, maravilla, desilusión. Las puertas del paraíso cerradas, reabiertas las de la vida”. Grande es la alegría y la maravilla de las hermanas frente al acontecimiento extraordinario. Los médicos declaran la curación clínica, reconociendo lo inexplicable.

Mientras sus condiciones continúan mejorando, los Superiores, para no favorecer la expansión de manifestaciones y de entusiasmo religioso suscitado en la ciudad por el prodigioso acontecimiento, destinan a la Hna. Enriqueta a la Cárcel de San Vittore, en Milán, donde se encuentra como Superiora la tía, la Hna. Elena Compagnone.

En la Epístola de Santiago, encontramos «El que esté enfermo, que llame a los presbíteros de la Iglesia y que oren sobre él ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración hecha con fe salvará al enfermo: el Señor lo levantará, y si ha cometido pecados, le serán perdonados» (Sant 5,14-15). En el texto no se dice que el enfermo se curará de alguna dolencia, sino que la fe expresada en la oración ‘salvará al enfermo’ y que el ‘Señor lo levantará’. Los dos verbos «salvar» y «levantar» pueden referirse a la salud corporal y al restablecimiento físico, pero su significado es más amplio.

Con este gesto, el enfermo recibe ayuda para superar la prueba y entrar en la vida que Cristo le propone (cf. Jn 20,31) Para la hermana Enrichetta, de hecho, comenzó una nueva vida en Cristo junto a los reclusos de la cárcel de San Vittore de Milán.

Que el Señor nos conceda acoger las curaciones corporales y espirituales para entrar en la vida que Cristo propone.