No hablaremos del Aventino porque allí se encuentra el corazón de nuestra congregación, con la curia generalicia, el noviciado, la Fundación Thouret, su maravilloso parque… o porque el monte está adornado con hermosas iglesias medievales y constantemente inmerso en los aromas y colores del Roseto Municipal y del Jardín de los Naranjos.

El motivo es otro. Y tal vez nos sorprenda.

Marcela y la Biblia

en manos de mujeres y jóvenes

El primer grupo de vírgenes y viudas del que se tiene memoria en Roma se reunía precisamente en el Aventino, en el majestuoso palacio de la patricia Marcela, junto al jardín de santa Sabina.

En la segunda mitad del siglo IV, Marcella, una mujer de vasta y refinada cultura, apasionada de las Sagradas Escrituras, tuvo el coraje de acercarse a Jerónimo y de involucrarlo, con su contribución de conocimientos bíblicos, en el «Círculo del Aventino», que se reunía en su palacio.

A menudo se lee que el «círculo» fue fundado por Jerónimo, pero no es así: él mismo cuenta (epístola 127) que, mientras se encontraba en Roma con dos obispos, se le acercó una tal Marcela que, insistiendo, lo convenció de que participara en sus reuniones y aportara su conocimiento bíblico. Por lo tanto, la iniciativa es de esta mujer, que ya había perdido a su padre a una edad temprana y que vivía con su madre, Albina, tras la muerte prematura de su marido.

En un ambiente pequeño y austero del suntuoso palacio familiar en el Aventino, Marcella instruye en Sagrada Escritura a sus jóvenes sobrinas y, poco a poco, ofrece escucha y acogida a las mujeres que no querían regresar a sus Domus. Pronto, aquella celda aislada se convirtió en lugar de encuentro para las amigas ricas que se alternaban en el estudio, la penitencia, el rezo y las conversaciones espirituales.

Así nació el primer experimento de vida colectiva femenina en Roma. En el centro, la Sagrada Escritura.

Muchas fueron las mujeres involucradas en la iniciativa: entre las primeras, Paola y una de sus hijas, Eustochio, luego Sofronia, Asella, Principia, Marcellina, Lea y la propia madre de Marcella, Albina.

Del Cenáculo formaban parte vírgenes y viudas, sacerdotes y monjes para mantener conversaciones basadas especialmente en la Sagrada Escritura, sobre todo en los Salmos. Para comprender mejor su significado, Marcela, además de latín y griego, aprendió hebreo.

Estamos en las décadas de difusión de la exégesis espiritual de Orígenes, con su fuerte influencia sobre los jóvenes y las mujeres: así se rezaban los salmos en hebreo, se leían y comentaban, comparando las versiones latina, griega y hebrea. Y Marcela era la principal animadora. Un aspecto fascinante de Marcela era, de hecho, su capacidad para ser amablemente autoritaria. Algunos sacerdotes romanos acudían a ella «si surgía alguna disputa sobre un texto de la Escritura». Y Marcela no se escapaba.

Una mujer fuerte, experta en la vida y entusiasta de las Escrituras, que se enfrentará a la la horda de Alarico para salvar a su joven amiga Principia durante el saqueo de Roma de 410. Morirá poco después, a causa de las palizas recibidas. 

Una mujer con profundas amistades, tanto femeninas como masculinas. Entre estas últimas, también el rudo Jerónimo, a quien se debe el mérito de haber rescatado el nombre y la vida de Marcela del olvido.