La séptima Superiora General de las Hermanas de la Caridad
Madre Ildegarde Zmiglio
Su mandato duró 15 años desde el 1900 al 1915. Mucha hermanas, que la habían conocido, destacaban la fuerza penetrante de su mirada, su disponibilidad a la escucha, el coraje de la responsabilidad y del don de sí que ella pedía a las hermanas.
Los hechos de la guerra en Libia en 1912 y del inicio de la grande guerra, lo muestran bien. “Al inicio de la 1° guerra mundial, la Madre reclutó hermanas de todas partes para los trenes-hospital del Soberano Orden de Malta y la Casa General quedó solo con las hermanas enfermas o incapacitadas para trabajar. Fueron mandadas a asistir a los heridos y a los huérfanos hasta las Novicias y Postulantes”. (Hna. Raffaella Perugini – “Nostra Stella” – Marzo 1958, p 30).
En una Carta Circular del 6 de mayo de 1915, Madre Ildegarde escribía:
“Mis queridas hijas, los días que estamos pasando en este tiempo son peligrosos… la guerra, los terremotos, las inundaciones se abaten sobre la tierra ya impregnada de sangre y de lágrimas, el rumbo de los cañones, los proyectiles, las ametralladoras, asesinan a miles de jóvenes soldados!. Los pobres heridos piden poder ver por última vez y dar el último adiós a la madre, a la esposa, a los hijos, pero todo se les niega… la ambición desenfrenada y el deseo de conquista, invaden el corazón de algunos Potentes de la tierra y ellos pisan cada sentimiento de humanidad…”
En esta misma circular, la Madre anuncia que la Sagrada Congregación de los Obispos y Regulares, “considerando la dificultad de los tiempos dolorosos y peligrosos que atravesamos, ha decidido suspender por ahora la reunión de los Capítulos Provinciales y Generales dejándolos para el año que viene 1916 con la confianza que, reordenadas las cuestiones políticas, regresada la paz y la tranquilidad entre los pueblos, se podrá tranquilamente proceder a las Elecciones… Pero no puedo esconderles la dolorosa impresión probada por este anuncio porque mi edad avanza – las largas fatigas sostenidas – las crecientes dificultades y los dolorosos acontecimientos que se encuentran en la dirección del Instituto, me hacían desear un poco de tranquilidad y de reposo en mis últimos días de terreno exilio… Pero Iddio quiere que yo trabaje todavía por el Instituto y trabajaré hasta cuanto sonará la hora del reposo…! ”
En 1915 Madre Ildegarde escribió una carta a las hermanas llamadas a ir a los trenes-hospital para curar a los soldados heridos:
“… No es tanto el deber, sino el sentimiento de afecto que me lleva a escribir dos renglones, mis buenas hijas, en esta circunstancia triste en sí misma, pero rica de aventuras para todas aquellas que entre ustedes serán destinadas por la Obediencia a prestarse para asistir a los heridos durante la guerra…
Si mis ocupaciones no me lo prohibiesen, cuánto sería feliz de correr en medio a ustedes, y con ustedes encontrarme al lado de la cama de aquellos para prodigarles las curas espirituales y corporales de los cuales tienen tanta necesidad… Apreciadas hijas mías queridísimas, esta gracia que el Señor les da en el ofrecerles la ocasión de hacer un bien inmenso del cual solo Dios conoce el verdadero alcance…
Vendrán algunas hermanas de la Savoia para ayudarlas y compartir con ustedes las fatigas que encontrarán, den a estas hermanas el ejemplo de la vida de sacrificio, de abnegación y de todas las virtudes religiosas…
Hagan que cada una admire en ustedes el celo por el bien espiritual de aquellos infelices, la contención y los buenos modales religiosos con las personas con las cuales deben tratar…”
El 23 de agosto, Madre Ildegarde llega a Milán, donde que paraban los cuatro trenes-hospital destinados al frente occidental.: “Ella quería ver otra vez y bendecir a sus hijas antes de su partida sobre la línea de hierro y del fuego de los campos de batalla y las trincheras. Las vio y las saludó una por una. Mientras ella se alejaba de los trenes, las hermanas lloraban de ternura por la Madre, ya cansada, y los soldados presentes se erguían en el saludo militar debido a los oficiales mayores. Era el último saludo de las hijas, era el reconocimiento grato de la Patria.
La noche del mismo día 2 de setiembre de 1915, la Madre moría después de un malestar que duró pocos minutos”. Tenía 76 años de los cuales 56 de vida religiosa.
“Su celo materno la había llevado a encontrar en Milán sus dieciséis hijas que al inicio de la guerra de Italia, eran encargadas en los trenes de los Caballeros de la Cruz de Malta, a la asistencia de los pobres soldados que enfermaron o fueron heridos en los campos de batalla” (de la Necrología).