¿Te imaginas lo que nos diría santa Juan Antida Thouret si hoy nos escribiese una carta a los miembros de la Familia Vicenciana?

Esta carta imaginaria se encuentra en el sitio de FamVin, la red digital que apoya el trabajo de la Familia Vicenciana en el mundo.

Queridas hermanas y hermanos, miembros de la Familia Vicenciana,

Que la paz de nuestro Señor Jesucristo esté siempre en sus corazones. Les escribo desde el profundo amor que siento por cada uno de ustedes, por sus esfuerzos cotidianos por vivir el Evangelio en el servicio a los más pobres, los marginados y los olvidados del mundo.

Es un gran gozo para mí dirigirme a ustedes, no solo como una hermana en Cristo, sino como alguien que comparte con ustedes la misma sed de caridad, la misma urgencia de aliviar el sufrimiento, la misma alegría de encontrar a Cristo en el rostro de los más necesitados.

He sentido en mi corazón el llamado a compartir con ustedes una reflexión, una invitación y una plegaria, especialmente en este momento de nuestra historia, cuando la Familia Vicenciana os convoca a reuniros en Roma del 14 al 17 de noviembre de 2024 para la Segunda Convocatoria de la Familia Vicenciana.

Este encuentro no es simplemente un evento más en el calendario, sino una bendición, un verdadero regalo del Espíritu Santo para renovar en nosotros el ardor de la misión y la fuerza para seguir adelante.

Como bien saben, nuestra vocación vicenciana hunde sus raíces en el carisma que el Espíritu Santo infundió en san Vicente de Paúl y en santa Luisa de Marillac, quienes vieron en cada ser humano el rostro de Cristo, especialmente en los pobres y los enfermos. Esa misma caridad ha sido el motor de nuestras vidas, uniendo a nuestra familia espiritual bajo el estandarte del amor a Dios y al prójimo.

Desde mis humildes comienzos en Sancey-le-Long, Francia, hasta la fundación de la Congregación de las Hermanas de la Caridad, mi vida ha estado marcada por el servicio. En tiempos de persecución y miseria, cuando la Revolución Francesa trajo consigo tanto dolor, fue la caridad la que nos sostuvo. No la caridad de meras palabras, sino la caridad que se traduce en gestos concretos de amor: dar de comer al hambriento, curar las heridas de los enfermos, enseñar a los niños y niñas que no tienen acceso a la educación, ofrecer refugio a los que carecen de techo. Esa es la caridad de Cristo, la que ilumina las vidas de los seguidores del carisma vicenciano y la que nos da fuerzas para seguir adelante incluso en las pruebas más duras.

La caridad cristiana es la expresión más sublime de nuestro amor por Dios. Y en las palabras de Jesús: “Todo lo que hicieron por uno de estos más pequeños, por mí lo hicieron” (Mt 25,40), encontramos el corazón mismo de nuestro carisma vicenciano. ¿Qué mayor alegría puede haber que servir a Cristo mismo en el rostro sufriente de los pobres?

Mis queridas hermanas y hermanos en la misión, el mundo de hoy necesita más que nunca de testigos valientes del amor de Cristo. Viven tiempos de desafíos, de pobreza creciente, de conflictos que desgarran el corazón de la humanidad, de familias que viven en la incertidumbre y la desesperanza. Sin embargo, también viven tiempos de gracia, donde el Espíritu Santo les llama a ser instrumentos de paz, de consuelo y de caridad.

La próxima convocatoria en Roma es una invitación a redescubrir la belleza de nuestra vocación, a renovar nuestro compromiso con los más pobres y a hacerlo juntos, como una gran familia unida por el amor a Cristo y el carisma de San Vicente de Paúl. Este encuentro es una oportunidad única para compartir nuestras experiencias, nuestros retos y nuestras esperanzas. Es un momento para fortalecer los lazos que nos unen y recordar que, aunque nuestras misiones sean diversas, la llamada es la misma: ser testigos del amor de Dios.

A lo largo de los siglos, nuestra Familia Vicenciana ha crecido en número, en obras y en alcance, pero nunca debemos olvidar que nuestra fuerza radica en la unidad, en el compartir fraterno y en el apoyo mutuo. Este encuentro en Roma será una ocasión para que, como lo hicieron nuestros santos fundadores, nos miremos a los ojos, compartamos nuestras vidas y renovemos el espíritu de servicio.

Permítanme recordarles, con el corazón lleno de gratitud, la inmensa responsabilidad que conlleva nuestra vocación. El servicio a los más pobres no es simplemente una opción entre muchas; es la esencia misma de nuestro ser cristiano. En cada uno de los rostros que encontramos, ya sea el de un niño hambriento, una madre angustiada, un anciano enfermo, está presente Cristo.

Jesucristo no solo nos invitó a dar limosna o a ser caritativos de manera superficial. Nos mostró con su propia vida lo que significa amar hasta el extremo. Nos enseñó que debemos arrodillarnos ante el sufrimiento, como Él lo hizo al lavar los pies de sus discípulos. Cada acto de caridad que realizamos es una extensión de ese gesto humilde y lleno de amor.

Quiero, por tanto, animarles a buscar nuevas maneras de servir a nuestros hermanos y hermanas necesitados, especialmente en el tiempo presente, cuando el mundo clama por justicia, compasión y solidaridad. Que no nos cansemos de hacer el bien, aunque a veces el camino sea difícil. Al igual que lo hizo nuestro Señor, nosotros debemos estar siempre dispuestos a abrazar al pobre, a escuchar al que está solo, a consolar al que sufre.

La Segunda Convocatoria de la Familia Vicenciana en Roma es un verdadero don que el Espíritu Santo nos ofrece para fortalecer nuestra fe y reavivar nuestro compromiso. No es solo un encuentro para discutir planes o proyectos, sino un espacio para que el Espíritu de Dios nos transforme y nos llene de nuevo fervor.

En estos días de noviembre, compartiendo el carisma vicenciano, se reunirán para reflexionar, orar y caminar juntos. Será un tiempo para profundizar en la sinodalidad, un concepto que la Iglesia ha promovido con tanto énfasis en los últimos años. ¿Qué significa caminar juntos? Significa, en primer lugar, reconocernos como hermanos y hermanas en la fe, que nos apoyamos mutuamente, que compartimos nuestras cargas y nuestras alegrías. Significa también que trabajamos unidos en la misión, poniendo nuestros talentos al servicio del Reino de Dios.

Espero que durante este tiempo puedan sentir con mayor claridad la llamada que Dios les hace a ser misioneros de la caridad. Y misioneros no solo en lugares lejanos, sino en nuestro propio entorno, en nuestras propias comunidades. Cada uno de nosotros está llamado a ser luz en su lugar, a llevar la esperanza de Cristo a aquellos que más la necesitan.

A mis queridas hermanas, religiosas consagradas al servicio de los más pobres, quiero dirigirme con especial ternura. Han escogido una vida que no es fácil, una vida que implica renuncias, sacrificios y una entrega total a Dios y al prójimo. Sin embargo, también sabemos que no hay mayor felicidad que la que se encuentra en el servicio. No hay mayor consuelo que el de ver a Cristo reflejado en el rostro de los pobres que cuidamos, en los niños que educamos, en los enfermos que acompañamos. En esta vocación siguen los pasos de María, la madre de Jesús, que se definió a sí misma como «la sierva del Señor». También ustedes son siervas, pero con una misión especial: ser las manos de Cristo en el mundo, ser sus pies que caminan hacia los necesitados, ser su corazón que ama sin medida.

En estos tiempos en que el mundo parece destinado irremediablemente al individualismo y la indiferencia, estamos llamados a ser el rostro de una Iglesia en salida, una Iglesia que no espera, sino que va al encuentro, que abraza al que sufre y se inclina ante el necesitado. Y no están solos en esta misión. Al formar parte de la gran Familia Vicenciana, tienen el apoyo de tantos hermanos y hermanas que han entregado su vida al servicio de los demás.

Quiero concluir esta carta con una invitación efusiva. Les animo a que participen en la Segunda Convocatoria de la Familia Vicenciana en Roma. Ya sea que puedan estar presentes físicamente o que nos acompañen en oración y espíritu, este es un momento crucial para nosotros como familia.

Roguemos al Espíritu Santo que nos guíe en este camino y que, como san Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac, podamos seguir siendo testigos del amor y la misericordia de Dios en el mundo. Que el ejemplo de nuestra querida Virgen María, la Madre de la Caridad, nos inspire a decir siempre «sí» al plan de Dios en nuestras vidas.

Unidos en la oración y el servicio, les acompaño con mi oración y mi cariño en Cristo.

Santa Juana Antida Thouret

Gracias a la página web de FamVin, en comunión orante con los trabajos de la Segunda Convocatoria, un encuentro internacional para renovar el compromiso con los pobres.