Hoy se celebra el Día Internacional del Trabajo Social, con el objetivo de promover una reflexión más amplia sobre la importancia y el papel del trabajo social en la promoción del bienestar social.

Este aniversario representa un momento de debate sobre un tema transversal a los diferentes contextos territoriales para la comunidad internacional de trabajadores sociales.

El tema de este año es reforzar la solidaridad intergeneracional para un bienestar duradero.

En esta ocasión, la hermana Festina, originaria de Indonesia pero en Italia para servir a Jesús en los pobres, cuenta su testimonio en el ámbito social, en particular en la Piccola Casa del Rifugio en Milán.

Una vida dedicada al servicio: mi testimonio en el ámbito social

Me llamo hermana Festina, soy de Indonesia y estoy en Italia por una elección que ha marcado y dado sentido a mi vida: servir a Jesús en los pobres. Hice mi profesión perpetua el año pasado, consagrándome totalmente a Él, y en mi camino he tenido la oportunidad de formarme también como trabajadora social.

Actualmente trabajo en la Piccola Casa del Rifugio en Milán, un centro de acogida para ancianos, enfermos y personas con discapacidad que viven en condiciones de fragilidad. Realizo el servicio como animadora en dos núcleos dedicados a personas con discapacidad y en colaboración con una educadora, pero mi misión va mucho más allá de entretener u organizar actividades: es estar al lado, escuchar, dar dignidad a quienes a menudo son olvidados.

Todos los días me encuentro con rostros marcados por el sufrimiento, historias de soledad y abandono, pero también veo una luz en los ojos de aquellos que, a pesar de todo, aún encuentran la fuerza para sonreír. Es precisamente en esas sonrisas donde siento la presencia de Dios.

Cuando una persona mayor me estrecha la mano con gratitud o cuando veo renacer la esperanza en alguien que pensaba que ya no valía nada, entiendo que el servicio social es mucho más que un trabajo: es un encuentro de almas, una caricia al corazón de la humanidad herida.

Mi experiencia me ha enseñado que lo social no se compone solo de números y estadísticas, sino de personas reales, con sus penas y sus sueños. Por desgracia, este sector de la sociedad suele pasar desapercibido a los ojos de los poderosos. Sin embargo, es precisamente aquí donde se mide el verdadero valor de una comunidad: en la capacidad de cuidar de los más débiles, de dar voz a quienes no la tienen, de devolver la dignidad a quienes la han perdido.

Celebrar el Día Mundial del Servicio Social significa, para mí, renovar el compromiso de mirar el mundo con los ojos del corazón, de servir con amor y sin reservas. Es un recordatorio para que recordemos que cada vida tiene valor y que, incluso en el gesto más pequeño de cuidado, podemos ser instrumentos de esperanza.

Encomiendo mi camino a Dios, con la certeza de que cada paso dado en el amor nunca es en vano.

Hermana Festina N., Milán, Italia