LÍBANO: El Covid-19 da un tiro de gracia: el 55% de los libaneses vive por debajo de la línea de pobreza
Un estudio de la ONU, publicado ayer, afirma que en un año se duplicó el índice de pobreza; el número de personas en riesgo de extrema pobreza se triplicó. Durante la jornada de ayer se registraron 580 contagios y dos muertos. El total de casos positivos asciende a 10.347. La gente prefiere comprar pan en vez de mascarillas quirúrgicas. Continúa la campaña “Socorrer a una Beirut devastada”.
El nuevo año de la Hégira comenzó ayer, y parece que será tan difícil como el Anno Domini 2020. El país de los cedros se encuentra nuevamente paralizado por la rápida difusión de nuevos casos de Covid-19: en la sola jornada de ayer, se registraron 589 nuevos contagios y dos muertos. En un país que cuenta con 6 millones de habitantes, el número de infectados se elevó a 10.347. Desde el 4 de agosto – el día de las explosiones en el puerto – hasta hoy, se registraron 3500 casos nuevos.
El virus ha hallado un terreno fértil gracias a las turbulencias políticas, las manifestaciones y los enfrentamientos; y gracias a las fiestas y aglomeraciones en las playas, con las que se busca distraerse del infierno libanés.
Luego vinieron las explosiones, la dimisión del gobierno y las manifestaciones populares, y con ellas, la eliminación del distanciamiento social.
El país se hunde a merced de cuatro crisis, que muchos definen como “los 4 pilares del colapso del Líbano”: la crisis económica, sin precedentes; la crisis del Covid-19; la crisis causada por las explosiones; y una crisis política que no tiene fin, con la dimisión del gobierno.
Desde el 15 de agosto y hasta el 7 de septiembre, el país vuelve al confinamiento total, con el cierre de todas las actividades laborales y comerciales, a excepción de los supermercados, las verdulerías, carnicerías, panaderías y farmacias. Se suspende el transporte público y también las celebraciones religiosas y sociales; se cierran los balnearios, con la prohibición de ir a las playas de libre acceso.
Riad Yamak, el alcalde de Trípoli, una de las ciudades más pobres del país, dice: “Esta vez será difícil hacer respetar las directivas. La gente tiene hambre y a las personas que trabajan como jornaleros no se las puede obligar a permanecer en casa, sin proveer ayudas. Pero la comuna no tiene los medios para hacerlo”.
Es de la misma opinión Bashar Khodr, el gobernador de la provincia de Baalbek-Hermel, que ha ordenado a los municipios que organicen ellos mismos los mercados, gestionando el arribo de la mercadería al por mayor y la distribución en los comercios y tomando las precauciones indicadas por el Ministerio de Salud. El personal de la administración pública trabajará en jornadas reducidas y en dos turnos, con el 50% del personal presente en cada uno.
La multa de 50.000 libras (unos 6 dólares estadounidenses) a quien no lleve máscara en la vía publica entró en vigor hace más de tres meses, pero muchos prefieren comprar pan, que cuesta lo mismo que una mascarilla de pésima calidad.
El confinamiento obligatorio arriesga agravar la situación financiera del país y de la población, que ya está al límite de su capacidad de soportar las privaciones económicas.
Los hospitales libaneses, de los cuales 4 han quedado seriamente dañados luego de las explosiones, ya son incapaces de garantizar atención médica y respiradores a un elevado numero de pacientes.
Según un estudio de la ONU, publicado ayer por la Comisión económica y social para el Asia Occidental (Economic and Social Commission for Western Asia, ESCWA), más del 55% de la población libanesa vive por debajo de la línea de pobreza (el año pasado, era el 28%); en comparación con el año pasado, el porcentaje de personas en riesgo de pobreza se triplicó, pasando del 8 a 23%.
“El Líbano – se lee en el estudio – padece los efectos de muchas convulsiones, que continúan impactando en su desarrollo económico. Entre las más fuertes, se menciona el peligroso aumento – registrado últimamente – de los contagios por la pandemia del Covid-19; la explosión que causó la muerte de más de 200 personas (ayer recuperaron tres cadáveres más de entre los escombros); con la consiguiente destrucción del puerto de Beirut y de muchos depósitos de artículos alimenticios y de primera necesidad. Todo ellos ha provocado una horrorosa destrucción en extensas áreas que alojaban núcleos residenciales y comerciales. Estas sacudidas agravan una arraigada crisis económica, haciendo que aumente la pobreza aguda, y reduciendo la clase media libanesa”.
A todo ello se suma la ausencia total de inversiones de países del Golfo árabe y la parálisis del turismo. El país está pagando la factura del error estratégico cometido en 1990, cuando el gobierno del ex premier Rafiq Hariri decidió reconstruir el nuevo Líbano, que salía de una guerra civil, sobre cimientos económicos basados en la banca, el turismo y los servicios, en detrimento de la industria y la agricultura.
Desaparece la clase media, que representaba la mayor parte de la población libanesa, pero los sectores pudientes tampoco están a salvo: la llamada clase aristocrática o rica también se redujo a un tercio; en un año, pasó del 15 al 5% de la población.
Los libaneses amenazados por la extrema pobreza suman 2,7 millones. Mientras tanto, aumenta el número de jóvenes que piensan seriamente en emigrar definitivamente e irse de este país tan amado, pero que se ha convertido en el cementerio de cualquier expectativa.
Asianews