«¿Cómo decimos a los pobres “Dios te ama”? Esta es la pregunta más importante para nuestro mundo de hoy. Es imposible responderla. Pero parte de la respuesta es vivir con los pobres, convertirse en uno de ellos». Éstas fueron, respectivamente, la pregunta fundamental y la respuesta igualmente exigente que marcaron la trayectoria humana, espiritual y teológica del Padre Gustavo Gutiérrez, que nos dejó el 22 de octubre de 2024, pero cuya obra perdura en la historia.
A él le debemos la extraordinaria «opción por los pobres», con sus consecuencias en diferentes dimensiones: evangelizadora, espiritual, teológica. A través de su estilo de vida y de su reflexión teológica, el padre Gutiérrez supo mostrar cómo la preferencia de Dios por los pobres, los marginados, los abandonados, se manifiesta a lo largo de toda la Biblia. La opción por los pobres -subrayó Mons. Castillo, Arzobispo de Lima, el día de los funerales del Padre Gutiérrez- es el fundamento para caminar en este mundo donde la injusticia, la miseria, la marginación, la intolerancia, la dictadura, el desprecio y el maltrato quieren imponerse, como ha sucedido en tantas épocas, pero como sucede también en nuestro tiempo, en el que tenemos el deber de humanizar a la humanidad con los mismos sentimientos de Jesucristo».
Ante la pobreza en la que se vieron sumidas las poblaciones latinoamericanas tras la Segunda Guerra Mundial, Guiterrez se planteó la cuestión de cómo era posible hablar a los pobres del amor de Dios por ellos, cuya vida cotidiana era precisamente la negación del amor. Tuvo el mérito de comprometer e implicar a la Iglesia en el desafío que la pobreza representa para el anuncio de la fe.
A lo largo de los siglos, la Iglesia nunca se había olvidado de los pobres, y las Hermanas de la Caridad somos también una gota en el océano de las innumerables iniciativas, estructuras, organizaciones, destinadas a ayudar a los pobres. A lo largo de los siglos, la reflexión teológica también había abordado el fenómeno de la pobreza, pero -como nos señala el teólogo Severino Dianich- la cuestión se situaba exclusivamente en el plano moral y en una perspectiva eminentemente personal.
A finales del siglo XIX, se tomó conciencia de que el problema no era sólo moral, sino un problema político fundamental, y el Magisterio comenzó, con León XIII, a elaborar una doctrina social de la Iglesia. Perosólo con la teología de la liberación, de la que Gustavo fue iniciador y principal protagonista, se pasó de la consideración de un estatuto ético, sociológico y político del pobre a la configuración de un estatuto teológico del pobre, que lo sitúa de modo relevante en el marco de la teología fundamental, la cristología y la eclesiología.
El Concilio Vaticano II no podía dejar de abordar la cuestión en su integridad, pero se encontró, de hecho, muy condicionado por el temor generalizado, compartido también por algunos de los Padres, de que la lucha en defensa de los derechos de los pobres pudiera aparecer, en años en los que la tensión entre el mundo occidental y el mundo comunista era todavía muy fuerte, como compartiendo la ideología marxista de la lucha de clases. La debilidad de los debates conciliares se vio compensada, en cierta medida, por la reflexión sobre el tema de la pobreza de un grupo de obispos reunidos en el Colegio Belga de Roma. A petición explícita de Pablo VI, el grupo redactó un Informe sobre la pobreza en la Iglesia, que le fue presentado y firmado por más de 500 obispos.
En este contexto había madurado la Alianza de las Catacumbas de unos cuarenta obispos que, en una celebración eucarística en la catacumba de Domitilla, se comprometieron ante Dios a renunciar a la sustancia y a los signos de un episcopado todavía ligado al mundo de la vieja nobleza y a adoptar un estilo de vida pobre en su vida personal.
Tres años más tarde, el episcopado latinoamericano, en su Conferencia Plenaria de Medellín, plantearía el tema de la pobreza de la Iglesia y su responsabilidad ante los pobres y sus luchas por la justicia. Uno de sus protagonistas más influyentes había sido Gustavo. Eran los años de las dictaduras y parecía que la única posibilidad de acción concreta era abrazar la lucha armada, como haría Camilo Torres, muerto en una acción guerrillera en 1966.
Será la teología de la liberación (el libro de Gutiérrez se publicará en 1971) la que mantenga viva en la Iglesia, a pesar de críticas y hostilidades de todo tipo, la conciencia de que elcompromiso por la liberación de los pobres de sus condiciones de indigencia y, no pocas veces, de degradación espiritual, es parte esencial de la misión.
[Agradecemos a la Redacción de SettimanaNews, la revista online de los Padres Dehonianos, Sacerdotes del Sagrado Corazón, el artículo de Severino Dianich]