Palestina, Sudán, Sudán del Sur, Haití y Malí están asolados por una aguda inseguridad alimentaria, «cuyas causas son el malestar humano, la codicia sorda y las profundas desigualdades económicas».
Estas son las conclusiones del Informe del Estudio de la FAO 2024 – El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2024.
El Informe elaborado por la FAO y el Programa Mundial de Alimentos (PMA) muestra cómo la subnutrición seguirá aumentando hasta 2030: las desigualdades y las dificultades para acceder a los bienes básicos persistirán y golpearán con más fuerza a los grupos más débiles.
De nuevo, las estimaciones de la FAO -Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación- muestran cómo el precio de una nutrición adecuada sigue siendo inalcanzable para millones de personas, con índices que ponen de relieve la brecha económica entre países, especialmente en los de renta baja, donde el coste de los bienes de consumo esenciales crece a un ritmo insostenible.
Y sin embargo, la FAO destaca cómo los recursos financieros destinados a la seguridad alimentaria, aunque se anuncian en abundancia, siguen estando muy por debajo de lo necesario, lo que indica una insuficiencia crónica de voluntad política y de recursos para luchar contra el hambre. Las estructuras agroalimentarias, incapaces de resistir los embates de un clima alterado, se derrumban como edificios de arena ante una agricultura cada vez más amenazada por la deriva ecológica.
La redacción de www.globalist.it, el 2 de noviembre de 2024, ha querido señalar una vez más la desatención internacional a la hora de cumplir las promesas de la humanidad, mientras el cambio climático y las tensiones geopolíticas dibujan escenarios de muerte:
En Sudán, en los campos de refugiados del norte de Darfur, la imagen de las poblaciones es la de un desierto humano abandonado a su propia ruina. En Zam Zam, la delgada línea que separa la supervivencia de la privación se estira cada vez más hacia la nada, asistimos a la transformación del dolor individual en agonía colectiva. En estas zonas, la comida no es más que una sombra lejana, un espejismo que se cierne sobre una comunidad a punto de ser engullida por el olvido.
La situación en Palestina, hoy atrapada entre políticas de control, guerra y terrorismo, presa de bloqueos permanentes, vive un sufrimiento sin tregua y sin fin Dentro de la Franja de Gaza, entre casas destruidas y tierras explotadas hasta la extenuación, el alimento se transforma en objeto de lucha, arrebatado por la fuerza a la comunidad que ya no lo utiliza para vivir, sino para sobrevivir a días de espera, asedio y matanza.
En Sudán del Sur, donde la violencia de los enfrentamientos entre rebeldes y gobierno se mezcla con el hambre como la lluvia y el barro en una estación interminable, el hambre se extiende como la llama en el viento. Las poblaciones siguen siendo víctimas de una pobreza que no es natural ni accidental, sino construida por decisiones equivocadas y falta de voluntad política que no sea la de la guerra y el poder.
En Malí, el norte es sinónimo de desolación, los conflictos internos hacen inaccesibles los suministros, la propia comida es una presencia enrarecida, portadora de una angustia sin fin en la que el futuro se reduce a un solo pensamiento, a una sola necesidad, encontrar una comida para el día siguiente o para los niños.
Incluso Haití, expuesta a los estragos de un clima que ahora se ha vuelto hostil, se derrumba bajo el peso de un hambre que ya es crónica, de enfermedades como el cólera y el tifus, que ya no son la excepción, sino el ritmo sordo e imparable de los días vividos por un pueblo en la pobreza y en peligro constante.
El panorama abarca los estragos de una crisis climática que se avecina cada vez con más fuerza. El fenómeno de la Niña, con su promesa de estaciones invertidas y lluvias implacables y destructivas como las que hemos visto asolar España, aguarda en una calma inquietantemente inestable, pero que presagia nuevas devastaciones cada vez más dramáticas.
Las previsiones para el próximo año dibujan un panorama desolador, mientras que las ya escasas cosechas están a merced de un clima cada vez más voluble.
Hay en esta hambre aguda y despiadada una advertencia para las generaciones futuras, un amargo aviso de una civilización incapaz de alimentar a quienes pueblan sus fronteras.
Muchas gracias a los editores de www.globalist.it