Cristo la vid, nosotros los sarmientos.
La oración del 11 de enero llega al final de las fiestas.
En diciembre, celebramos la encarnación de nuestro Señor Jesucristo, que vino a despertar su Vida en cada uno de nosotros. Y con el inicio del nuevo año, podemos vislumbrar la “forma” hermosa, signifi cativa y feliz de esta Vida: la santidad. El 14 de enero recordamos, de hecho, la canonización de la Madre Thouret. Que sea para nosotras ocasión para invocar la acción del Espíritu Santo.
Este mes meditamos sobre el Evangelio según San Juan (15, 1-8).
Cristo es la vid, yo soy el sarmiento. Él y yo, la misma planta, la misma vida, una raíz, una sola savia. Apasionante novedad. Somos una prolongación de esa cepa, estamos compuestos de la misma materia, como las chispas de un brasero, como las gotas del océano, como el aliento en el aire. Jesús-Vid empuja incesantemente la savia hacia mi última rama, hacia el último brote, tanto si duermo como si despierto, y no depende de mí, depende de Él. Y yo vivo de esa savia. Mi Padre es el viñador: un Dios agricultor, atareado a mi alrededor, no sosteniendo el cetro sino la azada, no sentado en el trono sino en el pequeño muro de mi viña. Contemplándome. Con hermosos ojos de esperanza.
Nosotras, las Hermanas de la Caridad, también formamos parte de la “viña” construida por Santa Juana Antida con mucho esfuerzo, pero que ha crecido y ha dado frutos de caridad.