El 20 de febrero celebramos el Día de la Justicia Social, por lo que queremos recordar un problema global, pero mirando a una realidad local: la propiedad de la tierra en Lambaré, Paraguay.

El Día Internacional de la Justicia Social tiene como objetivo poner de relieve que el desarrollo y la justicia social son indispensables para mantener la paz y la seguridad, tanto entre los Estados como a nivel nacional. Sin embargo, el aniversario también pretende recordar que, sin paz y seguridad y sin el respeto de todos los derechos humanos y las libertades fundamentales, el desarrollo y la justicia social no pueden alcanzarse.

La encíclica Fratelli Tutti nos recuerda: «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno». En esta línea recuerdo que «la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada». El principio del uso común de los bienes creados para todos es el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social», es un derecho natural, originario y prioritario». (FT 120)

Este don precioso de Dios ha entregado a todos sin excluir a nadie es reclamado por unos pocos, avalados en el poder y la prepotencia, descartando a una gran mayoría empobrecida.

Esta situación es una realidad endémica en América Latina y en particular en Paraguay.

El Banco Mundial señala con respecto a la concentración de la tierra que más del 70% de la tierra productiva está ocupada por el 1% de establecimientos más grandes, ubicando a Paraguay como el país con el mayor nivel de desigualdad de tierras en el mundo, con un coeficiente GINI de 0,93.

Esta no tenencia de la tierra se ve agudizada también en la falta de una vivienda digna, hay estudios que indican que el 56,3% de la personas en situación de pobreza y el 37,9 % de todos los niños y niñas entre 0 y 14 años habitan en viviendas inadecuadas (cabe resaltar que el 22,7 % de la población está en situación de pobreza según censo de 2022).

Todos estos números indican que cientos de miles de personas viven sin que se tenga en cuenta su dignidad y su derecho a desarrollarse dignamente, criminalizándolos por el simple hecho de ser pobres sin tierra, sufriendo desalojos y discriminaciones.

Esta carencia genera otras tantas que terminan deshumanizándonos si nos olvidamos que todos, cada uno de nosotros somos, herederos por derecho de este don que nos viene de Dios.

Las Hnas. de la Caridad conscientes de este flagelo han buscado históricamente acompañar la lucha del pueblo por una vida más digna, por una tierra propia, los lugares de servicios presentes en la zona central de país, corresponde a asentamientos (tierras ocupadas) en las periferias de las ciudades.

En la ciudad de Lambaré desde sus inicios las Hnas. han acompañado a la comunidad que se organizó para el reclamo de su derecho a la vivienda propia. Esta lucha de la comunidad implicó meses de manifestaciones delante del Parlamento Nacional, apostándose con toda la familia para conseguir la expropiación en agosto de 1997, con mucho sacrificio, sufrimientos y angustias, continuando su lucha delante del municipio por más de un mes para conseguir la compra de las mismas un año después, casi 30 años después la lucha sigue logrando paso a paso que cada familia pueda contar con título propio.

Todo esto se dio con muchas trabas, no sólo de las autoridades, si no también de otras personas, algunas inclusive pertenecientes a la comunidad, que buscaban lucrarse a costa de los demás; pero se dio sobre todo gracias a la tenacidad de quienes ofrecieron su tiempo y sus recursos convencidos del bien común, como señala Margot Bremer, rscj: “Cada resistencia contra la injusticia y la inhumanidad parte de la esperanza que sacamos del sueño de otro mundo posible, sueño, utopía nuestra, convencidos de que este mundo está hecho para lo contrario: una convivencia en igualdad de derechos, de dignidad, de la justa distribución de bienes y del territorio nacional”.

Vivamos esta utopía, este Reino de Dios, remarcado con el valor de la solidaridad como nos indica el Papa Francisco:

Solidaridad… “Es pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. También es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar los destructores efectos del Imperio del dinero. […] La solidaridad, entendida en su sentido más hondo, es un modo de hacer historia y eso es lo que hacen los movimientos populares» (FT 116) …

Sigamos haciendo historia…