San Vicente de Paúl: su vida

El tercero de seis hijos de Juan  y de Bertrande de Moras, Vicente nace en abril de 1581 en Pouy, un pueblo cercano a Dax, en Lande de la Guascogna, en el sud-oeste de Francia.

Los orígenes campesinos del joven lo llevan a ocuparse de los cerdos y de las vacas de la familia, hasta que, sus padres, se dieron cuenta de sus capacidades intelectuales, decidieron hacerlo estudiar, confiándolo en 1595, a los franciscanos del cercano convento de Dax.

Vicente estudió con los franciscanos solo pocos meses, porque quizás sobre recomendaciones de los Frailes, se ganó el interés de un protector, el señor Comet, abogado de Dax y juez de Pouy que lo acogió en su casa como preceptor de sus hijos y lo convenció a que iniciase los estudios eclesiásticos. Recibida la tonsura y las órdenes menores en 1596 estudió teología en Tolosa en el 1600, cuando aún no había terminado los estudios, fue ordenado sacerdote.

El año de la ordenación se hizo largo, para obtener, en su diócesis, un beneficio eclesiástico. Con el apoyo del señor Comet fue nombrado párroco de Tilh por el Vicario general, pero renunció y se dedicó únicamente al estudio porque el mismo nombramiento estaba ya en posesión de otro sacerdote que le hizo valer la legitimidad de aquel beneficio. En 1604 terminó los estudios alcanzando el grado de bachiller.

El periodo desde el 1605 al 1607, es el más discutido de la biografía del Santo. Un periodo oscuro en el que se le pierden los rastros. Para despertar la herencia de un testamento en su favor se fue a Marsella, pero en el retorno a Tolosa la embarcación en la que viajaba fue invadida por los corsarios turcos que, cuenta Vicente, lo tomaron prisionero y lo vendieron como esclavo. Cuando regresó a Francia, fue a París deseoso de un beneficio, indispensable para su estabilidad económica. Desde la capital francesa, en 1610, escribe a su madre de las travesías y de sus proyectos esperando ahora de poderse “retirar honradamente”.

En este contexto de proyectos y ambiciones, de sueños y desilusiones, se insertan, en la vida del santo algunos episodios y personajes que incidieron profundamente en su “conversión”. Vicente durante su permanencia en París, en 1609, vivió una de las humillaciones más conscientes de su vida – lo acusaron de robo – a lo que reaccionó, contrariamente a cuanto se podía esperar, con gran virtud y humildad. En aquella ocasión conoció al abad Pierre de Bérulle, personaje de importancia de la espiritualidad francesa de aquel tiempo que, pocos años después Vicente eligió como su director espiritual. En la corte de la Reina Margarita, Vicente encontró un doctor en teología tentado fuertemente contra la fe a tal punto de querer suicidarse. Vicente lo tranquilizó y al mismo tiempo se ofreció a Dios pidiéndole transfiera a su alma las tribulaciones del teólogo. El teólogo, reconquistó la fe en Dios, pero Vicente cayó en la oscuridad de una profunda crisis espiritual que duro cerca de cuatro años.

Pudo salir sólo cuando, siguiendo los impulsos de la gracia, tomó la decisión de consagrar su vida al servicio de los pobres, por amor a Jesucristo.  En 1612 Bérulle, debiendo encontrar un sacerdote para la parroquia de Clichy, en la periferia de París le propuso este servicio a Vicente quien aceptó con gran entusiasmo. Tomó posesión de la parroquia el 2 de mayo del mismo año. Predicaba con entusiasmo y persuasión, visitaba los enfermos, los afligidos, los pobres.

En 1613 Bérulle lo invitó a dejar Clichy para entrar, como preceptor, en una de las más ilustres familias de Francia: los Gondi, familia de banqueros florentinos que habían hecho fortuna con Catalina de Medici. Vicente aceptó la nueva tarea también si continuó el cuidado de la parroquia de Clichy hasta 1626. Como reconocimiento por sus favores espirituales y ahora ciertos de sus capacidades, los Gondi nombraron a Vicente capellán de su feudo. Finalmente se realizaba su sueño tan ambicionado: un cargo eclesiástico en la nobleza francesa que le aseguraba una vida tranquila y sin problemas. Pero Vicente había cambiado.

En enero de 1617, durante una visita a Folleville, fue llamado a la casa de un campesino del pueblo cercano de Gannes. Lo animó a hacer una confesión general. El éxito fue inesperado. El campesino comenzó a confesar faltas muy graves, siempre calladas en confesiones precedentes.  Al término de la confesión, aquel pobre hombre se sintió liberado del remordimiento que lo había acompañado hasta ese momento y fue invadido de una alegría incontenible. El 25 de enero, pocos días después de aquella confesión, en la fiesta de la Conversión de San Pablo, Vicente tuvo una prédica en la que enseñaba como hacer una confesión  general.  Era un martes, pero acudió tanta gente que Vicente no pudo confesar a todos. Fueron llamados para ayudar los Jesuitas de Amiens, señal que la prédica había realmente tocado aquellas almas. Para Vicente fue una revelación. Sintió que aquella era su misión, la obra que Dios quería de él: llevar el Evangelio a la pobre gente del campo. Ocho años después fundó la Congregación de la Misión con este carisma específico y consideró siempre el 25 de enero de 1617 como día de la fundación de la Compañía y la prédica hecha ese día como «la primera predica de la Misión».

Con el crecimiento de su celo apostólico, aumentaba también su disgusto como preceptor de los difíciles hijos de los señores Gondi: su padre espiritual, Bérulle,  le confió el cuidado pastoral de la parroquia de Chatillon les Dombes (hoy Chátillon sur Chalaronne), una ciudad cerca de Lion  que desde hace poco tiempo pasó a formar parte de Francia y que resentía del influjo calvinista  de la cercana Ginebra. Partió inmediatamente, sin ni siquiera comunicarle a los Gondi sus nuevas intenciones. Era la Cuaresma de 1617. Se mudó enseguida a su Parroquia. La experiencia fundante de la Compañía de la Caridad tiene lugar en esta parroquia, el  20 de agosto de 1617.

El 23 de diciembre de 1617, cediendo a la insistencia regresó a la casa de los Gondi, ya no como  preceptor, sino simplemente como capellán de sus propiedadesdecidido ya a consagrarse enteramente a la salvación de la pobre gente por medio de la predicación y la evangelización. Desde entonces Vicente no dejó de inculcar la práctica de la caridad a todas las personas que se acercaban a su dirección espiritual y se dedicó constantemente a instruir en la “caridad” en todas partes donde el predicaba las misiones.

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Santa Luisa de Marillac

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Una Hija de la Caridad

En poco tiempo, las Cofradías llegaron a las grandes ciudades francesas. A ellas adherían cada vez más numerosas las  damas y en todas partes tenían una acogida siempre positiva por parte de los Obispos y de los párrocos de un lado y de los oficiales y autoridades comunales del otro. En  1629 las Cofradías de la Caridad llegaron a París y en el curso de pocos años no hubo parroquia en la capital que no tuviese su Cofradía, dedicada a los pobres, a los prisioneros, a los galeotos, a los mendigos.  Como las damas,  “son en su mayoría de noble condición que  no les permite a ellas realizar las más bajas y viles tareas necesarias en el ejercicio de la Cofradía misma”, Vicente llegó a la fundación de la Hijas de la Caridad (1633).

Su estilo de vida, se inspiraba en el de las comunidades religiosas femeninas, pero su carisma estaba unido a una concepción nueva de la vida consagrada femenina. Evitó cuidadosamente todo signo distintivo canónico que las pudiese cualificar como religiosas: no “más” monjas, mujeres solas, pero “hermanas”, hermanas de todos, abiertas a las exigencias de los otros no solo espiritualmente, sino en lo concreto de la cotidianeidad, compañeras de viaje de los más desafortunados, estimulo constante a la solidaridad, a la fraternidad y a la  búsqueda de las cosas esenciales que hacen el uno cercano del otro.

Con la llegada del 1633 la vida de Vicente da un giro, el tercero. Tenía ahora 53 años y estaba lejos de la época de la ambición. Vicente colaboró en la reforma monástica. En 1633, para el mejoramiento del clero instituyó las «conferencias de los martes«. Después de la muerte de Luis XIII, en 1643, cuando la Reina Ana de Austria pasó al poder de Francia, fue nombrado miembro del Consejo de conciencia. En este último tercio de su vida, la historia de Vicente se transformó en un pedazo de historia de la iglesia universal y de la historia de Francia. Se entrecruzó con la historia bélica de Francia: en 1632 la invasión a Lorena, y en 1649 la guerra de Fronda.

La Congregación de la Misión se expande cada vez más (en 1660 estaba compuesta por 426 sacerdotes y 196 hermanos coadjutores): en 1636 los Misioneros se encargan del seminario de Paris, y se difunden en el mundo (1642 Italia, 1645 Túnez, 1646 Algeria e Irlanda, 1648 Madagascar, 1651 Polonia), predican misiones populares en el campo y a ritmo continuo (entre el 1625 y el 1632 alrededor de 140 misiones, desde 1642 al 1660 solo la casa de San Lázaro alrededor de 700.

Por todas partes pedían la presencia de las Hijas de la Caridad: escuelas, hospitales, parroquias… Las Damas de la Caridad no se limitaron más solo a la visita a los enfermos: prestaron servicio a los heridos durante la guerra, a los galeones, a los mendigos… Muchas fueron las categorías de pobres de las cuales se ocupó, primero con la dedicación directa, y después a través de las obras que el Señor quería hacer por su intermedio.

No obstante un ritmo tal de vida, no era una persona rígida, frenética. Aún teniendo el talante de la organización, lo que golpea no es el método, sino el espíritu de su trabajo. Era consciente de hacer una obra de Dios. La coherencia interna de su pensamiento y de su acción nace justamente de la unidad de la caridad y el Evangelio. Había descubierto que era llamado por Dios y alcanzado por El: Se sentía amado y quería amar. Su celo, su pasión, por las almas era únicamente expresión de su amor por Dios.

El 27 de septiembre de 1660 Vicente muere. Sus últimas palabras fueron: «Jesús». Fue vestido, sentado en una silla, cercano al fuego… como esperando a alguen.

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París: el Hospital Laënnec donde trabajó Juana Antida 

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Los libros de las Constituciones de las Hijas de la Caridad