Intentar marcar la diferencia en el ámbito de la educación: el 24 de enero es el Día Internacional de la Educación, establecido por primera vez por las Naciones Unidas en 2018, un día clave para llamar la atención sobre la importancia de la educación, para reflexionar sobre la urgente necesidad de encontrar soluciones para combatir el abandono escolar.
En un mundo en el que unos 244 millones de niños y adolescentes no van a la escuela, existe una realidad de las Hermanas de la Caridad que intenta marcar la diferencia, de la que da testimonio aquí la Hermana Marina Bottiani, misionera durante 30 años en varios países de América Latina.
El campito: un punto de referencia educativo para el barrio
Estamos en Villa Miseria, uno de los barrios pobres de la periferia de Buenos Aires, una de las muchas villas, los barrios que han crecido, a menudo sin planificación y en condiciones de vivienda de emergencia, en los márgenes de la gran ciudad.
No hay gran diferencia con las «favelas» y barrios marginales de otros suburbios pobres del mundo. No hay más que ver lo que son las «calles«, o mejor dicho, los pasillos, para darse cuenta de ello: cunetas de metro y medio de ancho, las casas a ambos lados, con las paredes enfrentadas.
Las familias, numerosas y extendidas hasta los abuelos, viven en espacios estrechos e insalubres. Sin embargo, viven una pobreza generosa y saben compartir, a pesar de las fuertes estrecheces.
En este contexto florece «El campito», un espacio que las hermanas han transformado en un punto de renacimiento para el barrio.
Una ayuda preciosa: cada día se asiste a unos 90 niños.
Sus necesidades diarias están cubiertas, en primer lugar sus necesidades básicas: las comidas diarias están garantizadas, desde el desayuno hasta el almuerzo, se imparte educación en materia de higiene, se controla y motiva la asistencia a la escuela, se les acoge después de las clases, un pequeño terreno les ofrece espacio para jugar y divertirse.
Villa Miseria
Aquí los problemas van de la falta de trabajo a la plaga del alcohol, agravada por la de la droga, que encuentra un terreno fácil allí donde domina la miseria: el narcotráfico se ha instalado con la táctica bien establecida de vender primero la droga desechada a precios aparentemente aceptables, y comprarla después para revenderla, con el chantaje ilusorio del beneficio fácil.
«En las neveras de muchos hogares«, dice la hermana Marina, «junto a la escasa comida se encuentran drogas. Y si en una línea de luz que une dos casas ves un par de zapatos colgados, es una señal: ahí abajo se vende droga«.
La droga llama a la violencia, y la violencia, compañera ya endémica de la miseria, ha aumentado considerablemente desde la pandemia, al igual que la agresividad de niños y jóvenes.
Los más jóvenes están expuestos a todo tipo de riesgos. Incluso ir a la escuela lleva mucho tiempo, y cuando sólo tienes un par de zapatos y de repente te pilla la lluvia, tienes que esperar a que se sequen los zapatos y no vas a la escuela… Y no vas a la escuela, ni siquiera cuando les toca a los que aún son menores cuidar de sus hermanos pequeños…
Vida cotidiana en Campito
Las hermanas cuentan ahora con el apoyo de voluntarios, un psicólogo y un psicopedagogo.
Durante la pandemia, con el centro cerrado, las madres tenían siempre asegurada la distribución de alimentos.
Poder vestirse, poder comer, poder ir a la escuela, tener ayuda para sus fragilidades: algo que se da por sentado, para nosotros, pero 60 comidas servidas diariamente a esos niños hablan por sí solas: este hecho habla de la necesidad y habla de la mano tendida.
Ciertamente, el entorno social de Villa Miseria ofrece una fuerte competencia negativa a los objetivos del centro. Y a nosotros, que observamos «desde fuera», las necesidades y los problemas pueden parecernos preponderantes, comparados con la dedicación y las habilidades de quienes animan el Campito.
Pero la Hermana Marina no tiene las dudas de un observador externo:
«Se trabaja en ‘equipo’ sin desanimarse y, lo que es importante, se trabaja con ellos. Y mientras estás con ellos, das testimonio a esos pequeños de que hay otros valores, valores positivos, por los que merece la pena vivir».